miércoles, 4 de mayo de 2011

Antaño




Una de las cosas que más me agradaban era el olor que emanaba el bosque bajo esos atardeceres en los que la lluvia intentaba colarse en todos sus rincones. Mis pies se hundían en el barro cuando me paraba al lado de un árbol para pasar mi mano sobre su tronco húmedo. A veces buscaba cobijo debajo de algun sauce que tuviese su copa enorme, entonces intentaba secar mi pelo empapado de agua azotándolo con mis manos y tiraba de mi camiseta para despegarla de mi cuerpo siempre con ese sonido de succión que aún hoy me sigue pareciendo gracioso. El golpe del agua contra el suelo en días de tormenta era apaciguador, mi mejor tranquilizante para todas esas ocasiones en las que me apetecía hacer arder todo lo que me rodeaba.


Cuando en la ciudad llovía y la gente protestaba, yo sonreía recordando toda mi infancia, redibujando aquel bosque en el que me perdía y evadía de las preocupaciones, en el que lloraba por tonterías y la lluvia se llevaba mis lágrimas como si de una madre con un pañuelo se tratase. Allí aprendí a sonreir en vez de protestar, a valorar y a cuidar y no a despreciar y destrozar. Allí llegué a vivir de verdad.

lunes, 25 de abril de 2011

Tic, tac.




1, 2, 3…La muerte pone en marcha su reloj con una inerte sonrisa, esperando cobrar su siguiente vida. Se alimenta del tiempo de las personas, cada segundo que roba es un instante más para ella, tritura las horas, la eternidad la mantiene impecable, solo tiene que hacer su trabajo de noche para vivir de día. Ladrona de corazones que ennegrece los relojes de pared, salpicando el mundo de vacío, enfrentándose al equilibrio de la vida, con la que combate desde siempre por la victoria del fin. El empate está claro, y aunque están destinadas a combatir para sobrevivir, también están destinadas a la eternidad si quieren persistir. La una sin la otra no tendría sentido. Muerte y vida se han enfrentado en un prodigioso duelo. En ocasiones se cruzan y combaten, creando caos con un simple roce. Las dos son tramposas y cada vez más despreocupadas, pues saben que el fin está cerca y que el odio existente entre ambas cesará, cesará para crear la unión de vida y muerte, nadie sabe que les deparará, al principio de este círculo vicioso temían lo que podría suceder cuando se abrazasen, pero cada vez lo ansían más y más. El hambre les empieza a aburrir y necesitan un suero constante, pero saben que no existe. No son las dueñas, son las mascotas de un amo común, solo un entretenimiento que empieza a no tener más sentido, no queda nada para que el juego termine. Y esta nada y este todo se mezclarán y vendrán a ser lo mismo. Hasta entonces dejémosles ser sin más. 4, 5, 6…