jueves, 25 de noviembre de 2010

Cada momento





Se deslizaba con suma sutileza por las silenciosas calles, con su asfalto llano y al mismo tiempo perfecto para hacer del patinaje un arte en ese día de otoño tan solitario.
Las calles estaban vacías y las carreteras sin coche alguno que pudiese estropear cualquier intento de realizar una buena pirueta.
La gravedad le impulsó cuesta abajo a la vez que la velocidad le agarraba con fuerza de la cintura. El viento le golpeaba con fiereza en el rostro haciéndole sentir añoradas emociones mientra su melena se convertía en miles de salvajes látigos. Una sonrisa se dibujó en su cara, una sonrisa de felicidad, de libertad, de incertidumbre.
El final de la cuesta desembocaba en una larga calle que parecía no tener fin. Se dejó llevar un rato esperando que disminuyese la velocidad, y cuando volvió a pisar con fuerza para impulsarse descubrió una silueta al final de la calle que parecía vestir de blanco. Cuanto más se acercaba más nítida se hacía la figura de esa persona.
Era una mujer, de cabellos oscuros y tez pálida. Una estraña sensación le inundó por completo y cuando la miró sintió que los patines le quedaban grandes, era como si se sintiese más pequeño. Cuando se dispuso a pasar las manos pos su cabeza para comprobar que todo estaba en orden, él ya había dejado de deslizarse, ya estaba parado frente a la mujer, y al pasar sus manos por lo que conocía como su larga melena, descubrió que ya no era tan abundante.
La mujer le sonrió y extendiéndole una mano le entregó unos patines que él ya conocía, unos Boomerang cargados hasta arriba de recuerdos. Los cogió y tras quitarse los que ya llevaba se los probó, y para su sorpresa le iban a la perfección.
La mujer de blanco le tendió de nuevo la mano con la intención de que, el antes muchacho y ahora niño se la agarrase con fe. El niño ahora de apenas unos nueve años aceptó y se aferró a su mano. Una sensación de felicidad le recorrió de arriba abajo dejandose así guíar por aquella señora inmaculada.
Miró hacia atrás, observando lo que dejaba y feliz porque todo estaba bien, su viaje había sido increíble y no se arrepentía de nada. Sonriendo de nuevo miró a la mujer y asintió con la cabeza.
Acto seguido comenzaron a caminar desvaneciendose poco a poco la dama de blanco y aquel niño, ese que nunca había dejado de patinar.

"Nunca, nunca nunca, dejéis de patinar"

1 comentarios:

Fuego fatuo dijo...

que bonito :)

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